Dentro de Europa el fuego es un elemento natural y común en la región Mediterránea, donde afecta a Grecia, Italia, Francia, España y Portugal. Al contrario, en la región Eurosiberiana es un elemento más raro y dañino. Aquí, los bosques y matorrales protegen al suelo del impacto de la lluvia y mediante el entramado de sus raíces, lo sostienen, evitando su erosión. Sin embargo, en la Cordillera Cantábrica la repetición de los incendios forestales provocados por el ser humano ha generado una pérdida extrema de la calidad del suelo en extensas zonas. La mayoría de los fuegos se producen durante el invierno con el objetivo de obtener pastos para el ganado en primavera y verano y porque el omnipresente helecho común (Pteridium aquilinum) dificulta la propagación del fuego mientras permanece verde. El manejo con fuego es mucho más agresivo que los desbroces, más sostenibles y recomendables.
El fuego destruye sobre todo las partes aéreas de las plantas, pero también afecta a las raíces y las semillas, y el daño que produce depende de la penetración de su calor en el perfil del suelo y de la intensidad y duración del mismo. El fuego puede producir daños importantes en los árboles, afectando a su crecimiento y a su salud, haciéndolos más sensibles a los ataques de insectos y hongos, que pueden acabar causándoles la muerte. En muchos casos, este efecto letal no es visible hasta pasados varios meses desde el incendio. Las cenizas generadas en los incendios tienen un efecto inhibidor de la germinación de las semillas en la mayoría de las especies vegetales, excepto en el abedul (Betula spp.) y en algunas especies de gramíneas, como las del género Agrostis. La germinación de las semillas de las argomas o tojos (Ulex spp.) y las cistáceas se ve estimulada si la temperatura alcanzada en los incendios es alta. Solo cuando esta es moderada, estimula la germinación de las ericáceas, como los brezos (Erica spp.).
Las argomas son plantas pirófitas, beneficiadas por el fuego, con un importante sistema radical que sobrevive al fuego y rebrota intensamente después de los incendios, lo que unido a la estimulación de la germinación de las semillas, provoca que sea favorecida por los incendios, mientras que los brezos, con un sistema radical superficial y poco desarrollado, no sobreviven al incendio y, por lo tanto, tienen que regenerarse exclusivamente por germinación de las semillas que, además, no es rápida, ya que se produce en la primavera siguiente al incendio. Por ello, muchos brezales-argomales que sufren incendios evolucionan hacia argomales puros. Los suelos ocupados por papilionáceas de los géneros Ulex, Cytisus y Genista son el resultado de la degradación de los bosques climácicos, favorecidas por la reiteración de los incendios, que impiden su recolonización por árboles.
Numerosos animales mueren durante los incendios porque no consiguen huir del fuego. Resulta particularmente afectada la meso y microfauna, dependiendo de la penetración del calor en el suelo y de su intensidad. La microbiota, el principal agente responsable de la descomposición de la materia orgánica, resulta particularmente afectada, no solo por el incendio, que puede esterilizar la superficie del suelo, sino también por la deposición de cenizas. Las condiciones del suelo quemado provocan el aumento de bacterias y la disminución de los hongos, las cianobacterianas y las algas.
Los principales problemas ambientales provocados por los incendios forestales son la degradación y la erosión del suelo debido a los cambios físicos y químicos que generan en su textura, en su comportamiento hídrico, en su estructura, así como por la pérdida de materia orgánica, que en parte se volatiliza y en parte se convierte en cenizas. Estos cambios son el motivo del aumento de la erosión que sufren los suelos quemados, más importante cuanto más repetidos, duraderos e intensos sean los mismos y cuanto mayor sea la pendiente de los suelos afectados. Cuando la erosión es severa aparecen canales y cárcavas, erosión laminar y suelos desordenados, producto de la erosión hídrica sobre las laderas.
La intensidad y la duración del incendio son dos factores fundamentales. Cuando el calentamiento supera los 220º C o los incendios se repiten con frecuencia, los cambios afectan a las propiedades físicas del suelo, suelen ser irreversibles y culminan con una degradación generalizada de la estructura y del comportamiento hídrico del suelo. Los incendios provocan un aumento del contenido de la fracción arenosa debido a la agregación de las partículas de arcilla debido a las altas temperaturas. Al mismo tiempo, los agregados de materia orgánica e inorgánica del suelo se rompen por la combustión de la materia orgánica, lo que provoca una degradación de la textura por la pérdida de finos, que rellenan los poros del suelo, provocando un descenso de su porosidad. Todo ello genera la disminución de la capacidad de almacenamiento de agua que tiene el suelo. En los casos de erosión severa, se han detectado incrementos muy marcados de la pedregosidad superficial en algunas zonas de la Cordillera Cantábrica.
El potencial erosivo de la lluvia depende de su impacto directo sobre el suelo, que a su vez, depende de la intensidad de la lluvia y de su capacidad para arrastrar partículas del suelo. Esto depende principalmente de la cantidad de lluvia que cae y no se infiltra y de la erosionabilidad del suelo, en lo que influye la cubierta vegetal y la topografía. El efecto del fuego sobre la erosión está muy ligado al que tiene sobre el ciclo hidrológico. Las gotas de lluvia son interceptadas por la vegetación, que además, disminuye la velocidad del agua de escorrentía, por lo que es contraproducente la limpieza y saca de los restos de incendios. La lluvia que alcanza el suelo es absorbida por la hojarasca hasta que se satura. El resto del agua se infiltra, penetrando hasta los horizontes minerales del suelo, donde parte es retenida por las partículas minerales o en los poros capilares y parte se infiltra hasta alcanzar la capa freática. Si la cantidad de agua que llega a la superficie es mayor que la suma de la que absorbe el suelo y de la que se infiltra, la parte restante fluye por la superficie, constituyendo el agua de escorrentía que produce erosión.
Los incendios forestales afectan a todos estos procesos del ciclo hidrológico. Cuando la cubierta vegetal es eliminada por el fuego, la interceptación y la transpiración disminuyen, y la evaporación desde el suelo aumenta debido a que su superficie, desprovista de vegetación, queda expuesta a la insolación y al viento. El ennegrecimiento del suelo también contribuye al aumento de la evaporación porque lo hace la absorción de la radiación solar. El agua que absorbe el horizonte superior del suelo, rico en materia orgánica, disminuye mucho. Además, las gotas de lluvia, al golpear directamente sobre la superficie desnuda del suelo, producen el arrastre de partículas, incluidas las cenizas. Estas partículas se infiltran y se introducen en los poros gruesos, obturándolos, lo que reduce la infiltración del agua, aumentando la escorrentía y el arrastre de partículas. En los incendios de alta intensidad se genera una capa repelente al agua a cierta profundidad bajo la superficie del suelo debido a los compuestos hidrófobos producidos durante la combustión. Lógicamente, esto provoca un aumento de la escorrentía y la erosión del suelo por encima de dicha capa hidrófoba. Alrededor del 80% de la erosión después de un incendio se produce durante los tres o cuatro primeros meses.
Durante los incendios, los nutrientes son liberados y se concentran en la capa de cenizas que queda sobre el suelo, pero la mayoría se pierden volatilizados o lavados por el agua. Los incendios de gran intensidad pueden causar la destrucción total de la materia orgánica del suelo, aunque lo habitual es que solo se destruya parcialmente. Esta pérdida de materia orgánica disminuye la capacidad de retención de agua de las capas superficiales del suelo y solo se recupera al cabo de cinco o diez años después del incendio. En los suelos intensamente quemados aumentan el hierro y el fósforo y disminuyen el calcio, el sodio, el potasio y el magnesio.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
"Los incendios forestales", de María Tarsy Carballas, veterana científica gallega, nacida en Taboada (Lugo) en el año 1934, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), licenciada en Química, doctora en Farmacia y especializada en Edafología.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
"Los incendios forestales", de María Tarsy Carballas, veterana científica gallega, nacida en Taboada (Lugo) en el año 1934, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), licenciada en Química, doctora en Farmacia y especializada en Edafología.
El historiador Alberto Santana Ezkerra me ha indicado que en el libro "Cinturón verde del Bilbao metropolitanoa", publicado por la Diputación Foral de Bizkaia en el año 2011, explicó que en el pasado los castigos a los que provocaban incendios forestales fueron muy severos:
"La protección de los montes de la comarca preveía penas y castigos severísimos para quienes pusieran en peligro el arbolado de los montes, y en particular para quienes provocaron incendios. Un ejemplo de esta normativa ejemplarizante, que no se compadecía ni siquiera de la edad de los eventuales pirómanos, lo encontramos en el Fuero de las Encartaciones redactado en 1503, que advierte que `Qualesquier persona, ansi varones como mujeres, que pusieren fuego en sierra o montes, y por el tal fuego algunos arboles o seles o alguna persona o personas se quemare, que pague el danno al duenno de los tales arboles e seles e sierra, e mas mil maravedía. Si fuera un menor de edad de catorza años que le corten las orejas, e si fuere maior de catorze annos que aia esa misma pena e yaga seis meses en el çepo".
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